sábado, 4 de junio de 2016

¿El problema es España o se trata de algo más complejo?

El malestar en nuestro país de buena parte de la ciudadanía con los partidos políticos y los representantes públicos se palpa a pie de calle y alcanza cotas preocupantes. El movimiento 15-M o la contundente irrupción de los denominados partidos emergentes son síntoma de un descontento que las encuestas señalan desde hace tiempo. Pero ¿la desafección y sus causas constituyen un problema que afecta solo a España o se trata de un fenómeno de mayores alcance y complejidad?

Si analizamos nuestro entorno comprobamos que en Francia miles de personas se han echado a la calle para combatir la reforma laboral del gobierno Valls; Reino Unido se divide entre partidarios y opositores del Brexit; en EEUU, otra democracia de gran tradición, un excéntrico como Donald Trump amenaza con llegar a la Casa Blanca; la extrema derecha avanza en Europa...Puede afirmarse, en suma, que la indignación se ha convertido en una nota que define hoy el estado de las cosas en los sistemas democráticos. 

Detrás de este diagnóstico común en las democracias avanzadas hay también problemas compartidos: el debilitamiento del poder democrático frente a un poder económico-financiero organizado a escala planetaria, la crisis o transformación del estado del bienestar, la precariedad laboral, el aumento de la desigualdad...

Dos procesos contribuyen a explicar, mejor que otros factores, el descontento de la ciudadanía con el rendimiento de los sistemas democráticos: la globalización y el desarrollo tecnológico, que han transformado el mundo de tal forma que el cordón de seguridades y certidumbres vigente hasta no hace mucho ha saltado por los aires. Podría decirse que el curso de los acontecimientos se ha desviado del camino previsto y las expectativas de buena parte de la ciudadanía se han visto defraudas con el cambio.

En este escenario envenenado los ciudadanos hacen bien en expresar su malestar y hacer saber que las cosas no marchan. Pero es importante no perder de vista que el desafío que enfrentamos, además de complejo, es un desafío compartido que afecta sin excepciones al mundo desarrollado. Y lo que es peor: aún no se han encontrado recetas para afrontarlo con éxito. 

Como señala Sørensen en su recomendable libro 'La Transformación del Estado. Más allá de la Teoría del Repliegue', "la transformación del Estado plantea a los estudiosos un nuevo y variado menú de desafíos analíticos y substantivos" pero, de momento, no hay "respuestas claras". El autor matiza esta afirmación señalando que, en cambio, sí "tenemos ideas muy claras acerca de lo que está pasando y de cómo está cambiando el Estado soberano". Es decir, no conocemos las recetas pero sí sabemos qué está pasando, lo que para Sørensen representa "un buen punto de partida". 

Con esto que digo pretendo dejar claro que la ciudadanía hace bien en expresar su descontento pero no debe ignorar que, de momento, no se han encontrado soluciones para los desafíos que están en el origen del actual malestar con los partidos y los representantes públicos. Y no se han encontrado ni en España ni en ningún otro lugar. Por esta razón, los actuales procesos de cambio constituyen todo un desafío para los sistemas democráticos. Cuando se encuentren las respuestas, el actual descontento desaparecerá y las aguas democráticas volverán a su cauce. Pero entre tanto, desconfíen de los nuevos populismos que pretenden pescar en aguas revueltas, porque ellos no tienen las respuestas y pueden ser más el problema que la solución.

Para terminar quiero subrayar una idea importante: aunque no hay respuestas claras para estos desafíos, en el mundo de hoy un gobierno nacional sigue teniendo margen de maniobra. Es decir, puede optar por subir los impuestos o bajarlos; por implementar prestaciones extraordinarias para los colectivos en situación de riesgo o no hacerlo; ampliar derechos, como la atención a la dependencia, o no ampliarlos; combatir con determinación la violencia de género o hacerlo con tibieza; contrarrestar el cambio climático o no creer en él...Es decir, los gobierno siguen decidiendo asuntos verdaderamente importantes para todos (y todas). De ahí que votar y decir con nuestro sufragio quién queremos que nos gobierne siga siendo un acto esencial. 




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