jueves, 26 de febrero de 2015

La nueva política

No cabe duda de que la política está cambiando desde hace algún tiempo, y los acontecimientos que se suceden en nuestro país en la actualidad se prestan a explicar, como si de un libro se tratase, cómo y en qué dirección está cambiando la política.

Comenzando por la figura del líder, podemos señalar que la nueva hornada de políticos (Pedro Sánchez, Iglesias, Rivera, Garzón o Errejón) tiene algunos elementos en común: se trata de políticos jóvenes, con solvencia mediática y que han llegado a puestos de máxima responsabilidad orgánica o institucional sin apenas experiencia política previa. Lo decisivo, en el caso de los nuevos líderes, no ha sido la trayectoria política o la contrastada solvencia como gestores, sino el atractivo mediático, sin el que no podría entenderse su liderazgo. Pero lo cierto es que en la nueva politica es una valor que cuenta y cada vez más. No entro a valorar si esta circunstancia es positiva o negativa, simplemente intento poner de manifiesto algunos de los rasgos que definen al nuevo político y a la nueva política.

Lo dicho hasta ahora enlaza con otro rasgo de la nueva política: el papel principal que juegan los medios de comunicación. Swanson ha llamado a este fenómeno "la política centrada en los medios" y Sartori nos advierte del poder de la "videocracia". En efecto, el debate político de hoy está más en los medios de comunicación que en las instituciones. Los medios de comunicación ofrecen a los políticos la posibilidad de comunicarse con los ciudadanos diariamente, de lanzar sus mensajes y de mejorar los niveles de conocimiento con relativa facilidad; es decir, sin la necesidad de, por ejemplo, contar con una estructura partidista sólida, estable y consolidada (los casos de Podemos y Ciudadanos son paradigmáticos). Evidentemente, esta posición central concede un nuevo poder a los medios, que pueden condicionar el perfil de los nuevos líderes, los procedimientos de selección de candidatos e incluso el discurso político, porque no puede ser igual el discurso que se ofrece en un Parlamento al que se ofrece en un magazine. 

Otro rasgo que distingue a la nueva política y que enlaza con lo que acabamos de comentar es la menor importancia que desde hace décadas tienen los programas y las propuestas de los distintos partidos. Sostener esta afirmación no resulta complicado desde hace años, pero la ascensión de Podemos o de Ciudadanos, con su calculada ambigüedad ideológica, constituye un ejemplo de libro. Los líderes de Podemos han pasado de apoyar con entusiasmo (en su época de outsiders) el chavismo a afirmar que la distinción entre derecha e izquierda es una estafa o que, a propósito de las inminentes elecciones andaluzas, están abiertos a pactar con cualquier partido político, ya sea de derecha o de izquierda. Ciudadanos también huye de las etiquetas izquierda-derecha y prefiere autodeclararse de centro, siempre más ambiguo, menos concreto, más cómodo. Pese a esta difuminación ideológica, las encuestas (una tras otra) predicen un amplio respaldo para estas dos nuevas fuerzas, lo que viene a probar que hoy día se puede tener éxito electoral con un discurso de perfil ideológico vago. Y no olvidemos que, en democracia, el éxito electoral lo conceden los ciudadanos. 
Este hecho permite afirmar que el elector ha dejado de decidir su voto en función de los criterios políticos clásicos. No estoy diciendo con esto que la diferenciación izquierda-derecha haya desaparecido (porque sigue existiendo y va a seguir existiendo), pero sí parece claro que el voto del ciudadano es hoy volátil, que se decide en función de nuevos criterios y que está muy condicionado por el contexto concreto de cada elección. Ciertamente, el elector ha perdido fidelidad a unas siglas, a una marcada identificación política. Hoy día el voto se decide, también, en función de nuevos criterios, como la confianza que transmite el candidato o la candidata, la eficiencia, las reformas que se proponen...pero, además, el voto está muy condicionado por el contexto de cada elección: contexto de crisis económica, corrupción, terrorismo, desafección...

Otra característica de la nueva política es que el abanico de los actores políticos se ha ampliado. Hoy día, en la arena política no solo juegan los actores políticos clásicos (partidos políticos, gobiernos o administraciones). Cada vez más, juegan con protagonismo actores, como medios de comunicación, sindicatos, organizaciones empresariales, iglesias, ONG's, grupos de presión..que pueden, no solo influir en la agenda política, sino condicionar el posicionamiento de los actores políticos clásicos en un determinado asunto y hasta orientar el sentido del voto o decantar el resultado de unas determinadas elecciones. Aquí habría que mencionar el papel que la ciudadanía organizada está jugando en un contexto de crisis, como el actual. En nuestro país, hemos tenido el ejemplo del 15-M o de las distintas mareas. Pero otros países ofrecen ejemplos, como la primavera árabe o lo sucedido en Islandia a propósito de la crisis económica.

A estas alturas, parece claro que el papel de los partidos está cambiando. Los partidos han perdido protagonismo. Lo han perdido frente al líder, que ha ganado autonomía. El líder tiene hoy día margen para diseñar estrategias, para conformar equipos, para articular mensajes...El líder es un valor más y, en ocasiones, suma más que la propia marca del partido. Pero también ha perdido protagonismo como actor político, porque ahora tiene que competir con más actores. El partido sigue siendo cauce de participación política, pero hoy otros actores también influyen en la conformación del sentido del voto. En especial, ha perdido protagonismo en relación a los medios de comunicación, como demuestran los casos de Podemos o Ciudadanos, que han crecido al albur de sus líderes, sin necesidad de contar con una estructura orgánica, sólida y con fuerte implantación en el territorio.

 

El mundo de hoy es mundo en transición. La política también está en ese proceso de cambio; no sabemos si los perfiles de la nueva política a los que acabo de hacer referencia han llegado para quedarse. Lo que sí parece claro es que para entender la política actual es preciso manejar las nuevas claves.

lunes, 9 de febrero de 2015

El tablero político en España

A escasos meses de importantes citas electorales, el escenario político continúa marcado por la incertidumbre que representa la crisis que afecta a los dos grandes partidos y por la irrupción de nuevas fuerzas que aspiran a romper el bipartidismo que caracteriza al sistema español desde el restablecimiento de la democracia.

¿Qué interpretaciones pueden extraerse de la actual coyuntura? ¿Realmente está amenazado el bipartidismo? ¿Será duradero el fenómeno Podemos?

A mi juicio, el desgaste que afecta a PSOE y PP no puede entenderse sin los efectos que en nuestro país está teniendo la prolongada crisis económica y, en especial, las insoportables cifras de desempleo. Se trata, por lo tanto, de una crisis que tiene una naturaleza coyuntural, aunque agravada por ciertos casos de corrupción que han salido a la luz durante la crisis económica. Si consultamos los estudios del CIS, comprobaremos que el hundimiento en la valoración de PSOE y PP coincide con la gestión de la crisis económica que estos partidos han protagonizado desde el Gobierno. Por esta razón, entre otras, me inclino a pensar que el hundimiento de PSOE y PP en las encuestas será coyuntural e irá remitiendo a medida que la economía vuelva a reactivarse y el desempleo disminuya de manera sustancial. Cuando la situación económica se normalice, es muy probable que PSOE y PP recuperen progresivamente el apoyo ciudadano.




Ni mucho menos quiere esto decir que PSOE y PP tengan tan solo que esperar de brazos cruzados a que la crisis remita para que todo vuelva a ser como antes. La ciudadanía no va a olvidar fácilmente los efectos de la crisis; de modo que ambos partidos tendrán que realizar generosos esfuerzos si quieren que el electorado recupere la confianza en ellos y, aún así, a medio plazo, sobrevolará la incógnita de saber hasta dónde va a llegar la recuperación de ambos. Es decir, si superada la crisis, la valoración de estos dos partidos volverá a los niveles anteriores a 2008 o si estos índices son ya cosas del pasado.

Esta incógnita constituye un desafío mayor para el PSOE, puesto que la competencia que representa el bloque IU-Podemos se muestra más solida que la configurada por el bloque Ciudadanos-UPyD y porque el electorado conservador es más 'benévolo' que el progresista a la hora de 'perdonar'. Pero conviene no menospreciar que el PSOE es para buena parte del electorado protagonista de algunos de los más destacados avances de las últimas décadas y que se trata de un partido que tradicionalmente ha gozado de la simpatía de buena parte del electorado, aspectos que pueden animar la rápida recuperación del PSOE.

Sea como fuere, los dos partidos mayoritarios harían bien en tomar buena nota de lo sucedido y adoptar las medidas oportunas para reducir la brecha que desde hace décadas separa a partidos y ciudadanos, problema  que no es exclusivo de nuestro país, pero que en España se ha manifestado con especial intensidad como consecuencia de la crisis económica y de ciertos casos de corrupción. Entre estas medidas que apunto, considero imprescindibles las orientadas a la rendición de cuentas, a mejorar los niveles de transparencia, a desterrar la corrupción y a mejorar los criterios y procesos de seleccion de líderes.

Como la otra cara de la misma moneda, el amplio respaldo que a día de hoy obtendría Podemos irá, a mi juicio, en descenso a medida que los efectos de la crisis económica vayan desapareciendo y una vez que la realidad se encargue de demostrar que buena parte del discurso original de Podemos no es realizable en el mundo de hoy. Esta afirmación se apoya en ciertos datos que arrojan los sondeos: se trata de una fuerza que la ciudadanía sitúa en el extremo de la izquierda y que nunca votaría buena parte del electorado. Es improbable que un partido con este perfil pueda mantener un elevado apoyo de manera sostenida en el tiempo. Además, hay que considerar que el modelo organizativo del partido morado es contrario a la estabilidad, circunstancia que el electorado ha castigado tradicionalmente, y también que el apoyo a Podemos nace de la indignación; de modo, que a medida que los efectos de la crisis se diluyan, el partido de Pablo Iglesias va a tener muy difícil retener ese apoyo prestado, que volverá progresivamente a PSOE e IU.

La formación de Cayo Lara y Alberto Garzón, con independencia de lo que suceda en el corto plazo, seguirá siendo, a mi juicio, la segunda fuerza en el espectro de la izquierda, porque se trata de un partido con mayor tradición y solidez que Podemos; aunque todo va a depender del temple que tengan los líderes de IU para aguantar el efecto Podemos; episodios como el de Tania Sánchez pueden terminar por fagocitar a IU. 

La integración IU-Podemos, una opción que puede verse como probable, sería a mi juicio negativa para IU, porque daría como resultado una organización altamente inestable y difícilmente gobernable. Por esta razón, entiendo que la mejor opción para IU es sacudirse los complejos que tiene desde la irrupción de Podemos y trabajar para ser competitivo en el actual escenario. Haría bien en preguntarse por qué una fuerza como Podemos puede conseguir con tanta facilidad lo que IU no ha logrado en décadas. Y también si se a dota de un modelo organizativo más estable y se muestra como un partido responsable y fiable. En definitiva, tiene que resolver si su objetivo es ser un partido de oposición o si existe para cotas más ambiciosas.

El caso de UPyD, un partido que nació de un proyecto personalista, no es comparable al de IU, porque el partido magenta es relativamente nuevo en el sistema político español. De hecho, la crisis económica estalló cuando UPyD no estaba aún consolidado, razón por la que considero que la irrupción de Ciudadanos constituye una seria amenaza para la viabilidad del partido de Rosa Díez, que haría bien en valorar la unión con Ciudadanos: un partido nuevo, centrado, que cotiza al alza y con un líder bien valorado. La unión de estos dos partidos dotaría de mayor solidez a sus proyectos políticos y equilibraría el espectro político del centro derecha, en el que el PP compite sin rival.

Ciudadanos, por su parte, está llamado a concretar su propuesta programática. Hasta ahora la ambigüedad le ha servido para crecer en un escenario convulso y marcado por la desafección. Pero cuando el escenario político se normalice, el partido de Albert Rivera tendrá que elegir el lugar exacto del tablero que quiere ocupar: a la izquierda o a la derecha del PP.

El voto nacionalista se encuentra consolidado y probablemente no varíe de manera sustancial en el futuro; aunque una mejora en el modelo de financiación autonómica y en otras reivindicaciones podría contribuir a rebajar la tensión en Cataluña y Pais Vasco y de esta forma frenar un posible ascenso de los partidos nacionalistas.

En resumen, el sistema de partidos, más allá del corto plazo, seguirá estando dominado por PSOE y PP. Y esto será así, a mi juicio, aunque Podemos obtenga unos magníficos resultados en las próximas elecciones generales. Según creo, el caso de Podemos puede compararse al de UCD; los ciudadanos entendieron que el partido de Adolfo Suárez tenía una misión: aprobar la Constitucion, como paso decisivo hacia la consolidación de la democracia. Y una vez que este hito quedó superado, UCD inició su declive. Podemos es una fuerza que nace en una coyuntura muy concreta de hartazgo y desafección. Pero, una vez que esa coyuntura haya desaparecido, muy probablemente el papel que la ciudadanía concede a Podemos cambie. El partido de Iglesias puede compararse con un medicamento que se utiliza mientras dura la enfermedad y deja de ser útil cuando la enfermedad remite.

Pese a la hegemonía que pronostico de PSOE y PP, las mayorías absolutas serán más difíciles de conseguir. Hasta qué momento exacto será así dependerá de que la ciudadanía mantenga o relaje el espíritu crítico una vez que la economía vuelva a la senda del crecimiento y las cifras de desempleo se reduzcan de manera sensible.