miércoles, 21 de enero de 2015

Lo que pesa la Semana Santa

A finales de octubre, los presidentes de los Consejos de Hermandades de las capitales andaluzas, además de Jerez, mantuvieron en Córdoba un encuentro de trabajo que giró sobre "el impacto de la Semana Santa en las capitales andaluzas y sus fuentes de ingresos". En las conclusiones de aquella reunión, los presidentes de los Consejos afirman, entre otras cosas, que  las Hermandades y la Semana Santa “sostienen a un colectivo muy elevado de talleres artesanos” (bordadores, orfebres, tallistas, carpinteros, doradores, sastres, floristas, cereros…), favorecen el turismo y estimulan el consumo. Además, los presidentes, “con el estudio de algunos datos concretos y dispersos, obtenidos en algunas capitales por diversos entes académicos y profesionales, evalúan el impacto económico de la Semana Santa en Andalucía en los diversos sectores productivos, en mas de 600 millones de euros anuales”.

Me parece un acierto pleno que los presidentes hablen en estos términos de este asunto, porque la Semana Santa tiene una esencia religiosa (que nadie discute), pero tiene también otras dimensiones que forman parte de su ADN.

Esto que digo no constituye novedad alguna. José Bermejo y Carballo, por ejemplo, explica en ‘Glorias Religiosas de Sevilla’ como en 1830, después de 33 años, volvió a procesionar la cofradía del Santo Entierro, merced al empeño del asistente Arjona, atrayendo a la "ciudad un número extraordinario de personas de todas las provincias de España y de reinos extranjeros". Luís Martínez Kleiser, en 'La Semana Santa en Sevilla', publicada en 1925, también refleja la presencia de turistas extranjeros contemplando la estación de algunas cofradías, como las del Gran Poder o la Macarena. Rafael Esteve, en su trabajo, 'Orígenes del aprovechamiento turístico de la Semana Santa Andaluza' habla así:  "Pero no sólo era el mantenimiento de la tradición o el deseo de emular a Roma como tercer polo de atracción de la cristiandad en la Semana de Pasión lo que consiguió que las celebraciones religiosas de la Semana Santa se mantuvieran por encima de los complicados avatares políticos del XIX y en especial de los años del Sexenio Revolucionario. Era, sobre todo, el aprovechamiento del impulso económico generado por la llegada de turistas atraídos por las celebraciones religiosas lo que está en el trasfondo promotor de las procesiones en esos años." Para terminar esta relación de ejemplos, que podría ser cuasi eterna, citaré a Isidoro Moreno, que en su conocidísima obra  'La Semana Santa de Sevilla. Conformación, Mixtificación y Significaciones', hace referencia a un artículo publicado bajo pseudónimo en el número 138 del Boletín de las Cofradías de Sevilla que dice: "el Ayuntamiento empieza a subvencionar a las cofradías, no por su aspecto piadoso, sino como fiesta atractiva de forasteros".


Hace siglos que el análisis está hecho. De ahí que hablar de estos asuntos sin complejos ni prejuicios, como algo natural que nos acompaña desde hace siglos, me parezca un acierto. Primero, porque negar, o silenciar cuando menos, el carácter "complejo y poliédrico" de la Semana Santa es negar la propia naturaleza de esta celebración. Pero, además, porque hablar de lo que la Semana Santa aporta al turismo, al comercio, al empleo...es hacer valer su peso específico con toda amplitud e intensidad, algo que debe ser del máximo interés de los cofrades. 

martes, 13 de enero de 2015

Reflexiones sobre la participación
En los años 60 la demanda de mayor participación ciudadana comenzó a ganar protagonismo en el debate político; desde entonces, ha ido cobrando fuerza a lomos de la desafección hasta el punto de que en momentos complejos, como el actual, la participación es citada con frecuencia como una de las principales recetas contra los vicios que afean los sistemas democráticos. Giovanni Sartori, analizando el fenómeno, sostiene que "la democracia representativa ya no nos satisface, y por ello reclamamos más democracia, lo que quiere decir en concreto, dosis creciente de directismo, de democracia directa". 

Democracia representativa y participación no son incompatibles, al contrario. Como explica Sartori, el filón central de la teoría de la democracia nunca ha negado "la importancia de la participación fuerte"; de hecho, la democracia representativa "incluye la participación y el referéndum", aunque "como elementos subordinados". Pero cuando Sartori habla de la tendencia a reclamar dosis creciente de directismo habla de dar una vuelta de tuerca a la participación como respuesta a los vicios que afean los sistemas democráticos. ¿Pero es el directismo la mejor solución técnica a los vicios que afean los sistemas democráticos? ¿Garantiza un mejor rendimiento democrático?

Como advierte el profesor italiano, el primer problema que tropezamos cuando hablamos de participación es que no sabemos muy bien a qué nos referimos, porque "el participacionista no declara casi nunca su propia definición de participación": no sabemos, por ejemplo, si la participación se limita al nivel local o si se extiende a los niveles estatal y autonómico; no sabemos si se someten a consulta todas las decisiones, muchas, bastantes, algunas o pocas. Las importantes o las accesorias. Las que afectan a todos o también las que afectan a una parte; no sabemos si cada consulta lleva aparejada una campaña electoral o informativa; no sabemos si este modelo incrementa los costes de la democracia...Esta es la primera trampa del participacionista, que defiende la participación pero no concreta el modelo participativo que defiende.

Otro aspecto a considerar es la dificultad de articular la participación en unidades territoriales de mucha extensión y con gran población. Dahl dirá sobre este asunto que "el tamaño importa", porque "tanto el número de personas en una unidad política como la extensión de su territorio tienen consecuencias para la forma de democracia". Tras hacer una referencia a las asambleas de ciudad en poblaciones de Nueva Inglaterra, el autor afirma en primer término, que "las asambleas de ciudad no son exactamente ejemplos de democracia participativa" y, a continuación, que "en siglos recientes, sobre todo en el XX, las limitaciones de las unidades de autogobierno lo suficientemente pequeñas para la democracia de asamblea se han puesto de manifiesto una y otra vez". Por esta razón sostiene que "si nuestro objetivo consiste en establecer un sistema de gobierno democrático que proporcione un máximo de oportunidades para que los ciudadanos participen en las decisiones políticas, la ventaja reside claramente en la democracia de asamblea de un sistema político a pequeña escala. Pero si nuestra meta es establecer un sistema de gobierno democrático que proporcione el margen más amplio para abordar del modo más efectivo los problemas de los ciudadanos, la ventaja residirá entonces a menudo en una unidad tan amplia que será precisó establecer en ella un sistema representativo".

También conviene aclarar que cuando algunos se refieren a la participación toman como referencia el ideal. Pero la práctica democrática es más mundana y plantea problemas que no conviene menospreciar. Así, Bernard Manin nos recuerda que uno de los mayores problemas de los ciudadanos en las grandes democracias "es la desproporción entre los costes de la información política y la influencia que esperan ejercer sobre el resultado electoral", ecuación que desincentiva la participación. Sartori, explica la idea del siguiente modo: en un grupo de cinco, mi acción de tomar parte, de participar, vale o cuenta un quinto, en un grupo de cincuenta, un quincuagésimo y en uno de cien mil, casi nada. Evidentemente un ciudadano en un grupo de cinco encuentra más incentivos para participar que un ciudadano en un grupo de cien mil, que puede dejar de participar por considerar que su opinión no cuenta. Por lo que el autor concluye que "la autenticidad y eficacia de mi participar está en relación inversa al número de participantes". 

La democracia participativa no solo requiere de una ciudadanía activa, también ha de estar informada y tener criterio sobre los asuntos públicos. Sin entrar a valorar aquí el interés o desinterés de la ciudadanía por los asuntos públicos -cuestión que no conviene perder de vista-, me limitaré a señalar que en la democracia representativa el ciudadano debe estar informado, porque debe tener una opinión propia. Sobre este particular, Sartori recuerda que "la democracia representativa no se caracteriza por el gobierno del saber, sino por el gobierno de la opinión". En cambio, en un hipotético modelo en el que el ciudadano fuese consultado sobre cuestiones específicas que afectan a todos, debería producirse un salto de calidad; entonces, la información no sería suficiente, se necesitaría también "cognición". Este salto de calidad implica, de entrada, que el ciudadano invierta parte de su tiempo en estar informado, en seguir la actualidad, y en adquirir la episteme. A juicio de Sartori, esta solución no parece viable porque el participacionista está proponiendo "un ciudadano que vive para servir a la democracia, en lugar de una democracia que existe para servir al ciudadano".

Para complicar un poco más la cuestión debemos tener presente que el mundo es "cada vez más complicado, interdependiente y de gestión difícil y peligrosa". Y en este mundo complejo y especializado, las cuestiones que se someterían a la opinión de la ciudadanía serían complejas, técnicas, especializadas y, en no pocos casos, tendrían repercusiones de gran calado, dato que no conviene pasar por alto.
 
Otro obstáculo que debe salvar la democracia participativa es la inmediatez a la que están sujetas algunas de las decisiones públicas, característica que dificulta la viabilidad de un sistema participativo de consulta a la ciudadanía. En el mundo globalizado de hoy, en el que los Estados han comenzado a ceder soberanía a instituciones internacionales, hay reglas del juego que vienen impuestas desde arriba a los Estados. En casos de urgencia, estas decisiones -algunas de ellas especialmente sensibles- se han de adoptar en un plazo de tiempo breve. ¿Cómo se actuaría en estas situaciones? ¿Se excluirían estas decisiones del procedimiento participativo, con el consiguiente malestar ciudadano, o se detendrÍa el mecanismo de funcionamiento de la comunidad internacional hasta la realización de la consulta en un determinado Estado?

Ciertamente, a favor de la participación se puede traer el desarrollo tecnológico que, aunque insuficientemente contrastado a día de hoy, hace muy factible la democracia electrónica. Sin embargo, la participación plantea interrogantes que el desarrollo tecnológico, por sí solo, no tiene fácil resolver. Como, por ejemplo, reducir la solución de un asunto complejo a una simple respuesta, a una sola opción. Tomemos el ejemplo del aborto, ¿Entre qué opciones tendría que elegir la ciudadanía? ¿Aborto sí, aborto no? ¿Aborto sí, pero solo en caso de violación de la madre? ¿Aborto sí, además, en caso de grave riesgo para la vida de la madre? ¿También en caso de mal formación? ¿Aborto sí, pero solo hasta la cuarta semana de embarazo o hasta la novena o hasta la duodécima? ¿Aborto sí, pero con el consentimiento de los padres siempre que la mujer no haya cumplido 16 años o 18? En definitiva, no parece fácil reducir a una papeleta, aunque sea electrónica, los distintos supuestos que pueden conformar la respuesta a problemas complejos o controvertidos. De ahí que sostenga que la democracia refrendaria "centuplica los riesgos de manipulación y embrollo del demos". "Toda la partida está en decidir la agenda (qué se somete a decisión y qué no) y el modo de formular tales interrogantes". Porque "una misma pregunta, según como sea formulada, oscila en las respuestas fácilmente el 20%; así el 60% aprueba el derecho a la vida y, luego, con el mismo 60% se aprueba lo contrario, es decir, el derecho al aborto. 

El coste de la democracia participativa es otro argumento a considerar. Porque, si queremos favorecer que la ciudadanía se pronuncie con criterio sobre el asunto en cuestión, parece prudente que cada consulta lleve aparejada una campaña electoral o informativa. En caso de no ser así, nos estaríamos aproximando a lo que Sartori ha denominado "democracia refrendaria", "un animal que no existe, pero aletea" y que el italiano define como "un sistema político en el que el demos decide directamente las cuestiones, no en su conjunto, sino separadamente y en soledad". El profesor describe a un ciudadano ante la pantalla de su ordenador y respondiendo un sí o un no a las cuestiones planteadas.

Sartori también advierte que su democracia refrendaria supondría avanzar hacia una democracia de suma nula, porque el que gana lo gana todo y el que pierde lo pierde todo. No hay lugar a la negociación entre las partes. Todo se reduce a un sí o a un no, lo que supone una amenaza para las posiciones minoritarias. La democracia representativa, en cambio, es de suma positiva porque hay debate, negociación y las posturas de unos y otros pueden ir variando para favorecer el consenso. 

En suma, como advierte Sartori, aunque el "llamamiento a participar es meritorio, inflado sin medida sería como pretender que toda la democracia se pudiese resolver con la participación" y  pensar así es una "recaída infantil y peligrosa". 

La ciudadanía hace bien en expresar su indignación ante las malas prácticas políticas y en exigir el derecho legítimo a participar activamente en la gestión de los asuntos públicos. Pero, como advierte Sartori, pensar que la participación lo puede resolver todo es una idea infantil y peligrosa. Si queremos enfrentar con garantías los vicios democráticos y la actual desafección, perfeccionemos la democracia representativa; el arreglo institucional que hace siglos consiguió superar los límites de la democracia popular y de asamblea y de cuya mano la democracia se ha extendido en el mundo. Un arreglo institucional, por cierto, que Madison ensalzó durante el proceso constituyente estadounidense con estas palabras: "la política característica del gobierno republicano es lograr gobernantes mediante elecciones. Esta forma de gobierno dispone de numerosos y diversos medios para evitar su degeneración". Aprovechemos, por tanto, esos numerosos y diversos medios, porque tenemos margen para construir una democracia mejor que, al cabo, es el verdadero reto.