sábado, 19 de marzo de 2016

De los pregones

El pregón de la Semana Santa de Sevilla de Rafael González Serna ha tenido una virtud por encima de cualquier otra: ha conectado de tal forma con la manera que tienen los sevillanos de entender y de vivir la Semana Santa que ha puesto a todo el mundo de acuerdo en torno a la idea de qué debe ser un pregón de Semana Santa.
A estas alturas nadie duda en Sevilla que un pregón no puede ser una homilía. A estas alturas todo el mundo tiene claro que un pregón no tiene por qué ser aburrido. Y también ha quedado claro que un gran pregón es el que provoca en quienes lo escuchan ganas de Semana Santa; ganas de salir del teatro a toda prisa para buscar en la calle la primera cofradía.
El pregón llevaba años en una especie de crisis; se había convertido en un género que deambulaba sin rumbo cierto como intentando encontrarse. El pregón era algo así como un personaje en busca de autor. 
Pero el autor ha llegado. González Serna ha tenido la habilidad de poner a todos de acuerdo y la receta que ha utilizado no ha sido especialmente novedosa. Simplemente ha sacado a relucir el alma popular de la Semana Santa y ha expresado, ni más ni menos, la manera que tenemos los cofrades -la manera que tiene el pueblo- de entender, vivir y sentir la Semana Santa -soberbia la conversación del pregonero con el Señor de la Sentencia-. Como digo, algo nada novedoso. Tan solo se trataba de buscar la esencia y ahuyentar algunos complejos. De no desnaturalizar el género, porque un pregón no es una homilía ni tiene porqué ser una pieza aburrida. 
Gracias, pregonero.