Reflexiones sobre la participación
En
los años 60 la demanda de mayor participación ciudadana comenzó a ganar
protagonismo en el debate político; desde entonces, ha ido cobrando fuerza a
lomos de la desafección hasta el punto de que en momentos complejos, como el
actual, la participación es citada con frecuencia como una de las principales
recetas contra los vicios que afean los sistemas democráticos. Giovanni
Sartori, analizando el fenómeno, sostiene que "la democracia
representativa ya no nos satisface, y por ello reclamamos más democracia, lo
que quiere decir en concreto, dosis creciente de directismo, de democracia
directa".
Democracia
representativa y participación no son incompatibles, al contrario. Como explica
Sartori, el filón central de la teoría de la democracia nunca ha negado
"la importancia de la participación fuerte"; de hecho, la democracia
representativa "incluye la participación y el referéndum", aunque
"como elementos subordinados". Pero cuando Sartori habla de la
tendencia a reclamar dosis creciente de directismo habla de dar una vuelta de
tuerca a la participación como respuesta a los vicios que afean los sistemas
democráticos. ¿Pero es el directismo la mejor solución técnica a los vicios que
afean los sistemas democráticos? ¿Garantiza un mejor rendimiento democrático?
Como
advierte el profesor italiano, el primer problema que tropezamos cuando
hablamos de participación es que no sabemos muy bien a qué nos referimos,
porque "el participacionista no declara casi nunca su propia definición de
participación": no sabemos, por ejemplo, si la participación se limita al
nivel local o si se extiende a los niveles estatal y autonómico; no sabemos si
se someten a consulta todas las decisiones, muchas, bastantes, algunas o pocas.
Las importantes o las accesorias. Las que afectan a todos o también las que
afectan a una parte; no sabemos si cada consulta lleva aparejada una campaña
electoral o informativa; no sabemos si este modelo incrementa los costes de la
democracia...Esta es la primera trampa del participacionista, que defiende la
participación pero no concreta el modelo participativo que defiende.
Otro
aspecto a considerar es la dificultad de articular la participación en unidades
territoriales de mucha extensión y con gran población. Dahl dirá sobre este
asunto que "el tamaño importa", porque "tanto el número de
personas en una unidad política como la extensión de su territorio tienen
consecuencias para la forma de democracia". Tras hacer una referencia a
las asambleas de ciudad en poblaciones de Nueva Inglaterra, el autor afirma en
primer término, que "las asambleas de ciudad no son exactamente ejemplos
de democracia participativa" y, a continuación, que "en siglos
recientes, sobre todo en el XX, las limitaciones de las unidades de
autogobierno lo suficientemente pequeñas para la democracia de asamblea se han
puesto de manifiesto una y otra vez". Por esta razón sostiene que "si
nuestro objetivo consiste en establecer un sistema de gobierno democrático que
proporcione un máximo de oportunidades para que los ciudadanos participen en
las decisiones políticas, la ventaja reside claramente en la democracia de
asamblea de un sistema político a pequeña escala. Pero si nuestra meta es
establecer un sistema de gobierno democrático que proporcione el margen más
amplio para abordar del modo más efectivo los problemas de los ciudadanos, la
ventaja residirá entonces a menudo en una unidad tan amplia que será precisó
establecer en ella un sistema representativo".
También
conviene aclarar que cuando algunos se refieren a la participación toman como
referencia el ideal. Pero la práctica democrática es más mundana y plantea
problemas que no conviene menospreciar. Así, Bernard Manin nos recuerda que uno
de los mayores problemas de los ciudadanos en las grandes democracias "es
la desproporción entre los costes de la información política y la influencia
que esperan ejercer sobre el resultado electoral", ecuación que
desincentiva la
participación. Sartori, explica la idea del siguiente modo:
en un grupo de cinco, mi acción de tomar parte, de participar, vale o cuenta un
quinto, en un grupo de cincuenta, un quincuagésimo y en uno de cien mil, casi
nada. Evidentemente un ciudadano en un grupo de cinco encuentra más incentivos
para participar que un ciudadano en un grupo de cien mil, que puede dejar de
participar por considerar que su opinión no cuenta. Por lo que el autor
concluye que "la autenticidad y eficacia de mi participar está en relación
inversa al número de participantes".
La
democracia participativa no solo requiere de una ciudadanía activa, también ha
de estar informada y tener criterio sobre los asuntos públicos. Sin entrar a
valorar aquí el interés o desinterés de la ciudadanía por los asuntos públicos
-cuestión que no conviene perder de vista-, me limitaré a señalar que en la
democracia representativa el ciudadano debe estar informado, porque debe tener
una opinión propia. Sobre este particular, Sartori recuerda que "la
democracia representativa no se caracteriza por el gobierno del saber, sino por
el gobierno de la opinión". En cambio, en un hipotético modelo en el que
el ciudadano fuese consultado sobre cuestiones específicas que afectan a todos,
debería producirse un salto de calidad; entonces, la información no sería
suficiente, se necesitaría también "cognición". Este salto de calidad
implica, de entrada, que el ciudadano invierta parte de su tiempo en estar
informado, en seguir la actualidad, y en adquirir la episteme.
A juicio de Sartori, esta solución no parece viable porque el
participacionista está proponiendo "un ciudadano que vive para servir a la
democracia, en lugar de una democracia que existe para servir al
ciudadano".
Para
complicar un poco más la cuestión debemos tener presente que el mundo es
"cada vez más complicado, interdependiente y de gestión difícil y
peligrosa". Y en este mundo complejo y especializado, las cuestiones que
se someterían a la opinión de la ciudadanía serían complejas, técnicas,
especializadas y, en no pocos casos, tendrían repercusiones de gran calado,
dato que no conviene pasar por alto.
Otro
obstáculo que debe salvar la democracia participativa es la inmediatez a la que
están sujetas algunas de las decisiones públicas, característica que dificulta
la viabilidad de un sistema participativo de consulta a la ciudadanía. En el
mundo globalizado de hoy, en el que los Estados han comenzado a ceder soberanía
a instituciones internacionales, hay reglas del juego que vienen impuestas
desde arriba a los Estados. En casos de urgencia, estas decisiones -algunas de
ellas especialmente sensibles- se han de adoptar en un plazo de tiempo breve. ¿Cómo
se actuaría en estas situaciones? ¿Se excluirían estas decisiones del
procedimiento participativo, con el consiguiente malestar ciudadano, o se
detendrÍa el mecanismo de funcionamiento de la comunidad internacional hasta la
realización de la consulta en un determinado Estado?
Ciertamente,
a favor de la participación se puede traer el desarrollo tecnológico que,
aunque insuficientemente contrastado a día de hoy, hace muy factible la
democracia electrónica. Sin embargo, la participación plantea interrogantes que
el desarrollo tecnológico, por sí solo, no tiene fácil resolver. Como, por
ejemplo, reducir la solución de un asunto complejo a una simple respuesta, a
una sola opción. Tomemos el ejemplo del aborto, ¿Entre qué opciones tendría que
elegir la ciudadanía? ¿Aborto sí, aborto no? ¿Aborto sí, pero solo en caso de
violación de la madre? ¿Aborto sí, además, en caso de grave riesgo para la vida
de la madre? ¿También en caso de mal formación? ¿Aborto sí, pero solo hasta la
cuarta semana de embarazo o hasta la novena o hasta la duodécima? ¿Aborto sí,
pero con el consentimiento de los padres siempre que la mujer no haya cumplido
16 años o 18? En definitiva, no parece fácil reducir a una papeleta, aunque sea
electrónica, los distintos supuestos que pueden conformar la respuesta a
problemas complejos o controvertidos. De ahí que sostenga que la democracia
refrendaria "centuplica los riesgos de manipulación y embrollo del
demos". "Toda la partida está en decidir la agenda (qué se somete a
decisión y qué no) y el modo de formular tales interrogantes". Porque
"una misma pregunta, según como sea formulada, oscila en las respuestas
fácilmente el 20%; así el 60% aprueba el derecho a la vida y, luego, con el mismo
60% se aprueba lo contrario, es decir, el derecho al aborto.
El
coste de la democracia participativa es otro argumento a considerar. Porque, si
queremos favorecer que la ciudadanía se pronuncie con criterio sobre el asunto
en cuestión, parece prudente que cada consulta lleve aparejada una campaña
electoral o informativa. En caso de no ser así, nos estaríamos aproximando a lo
que Sartori ha denominado "democracia refrendaria", "un animal
que no existe, pero aletea" y que el italiano define como "un sistema
político en el que el demos decide directamente las cuestiones, no en su
conjunto, sino separadamente y en soledad". El profesor describe a un
ciudadano ante la pantalla de su ordenador y respondiendo un sí o un no a las
cuestiones planteadas.
Sartori
también advierte que su democracia refrendaria supondría avanzar hacia una
democracia de suma nula, porque el que gana lo gana todo y el que pierde lo
pierde todo. No hay lugar a la negociación entre las partes. Todo se reduce a
un sí o a un no, lo que supone una amenaza para las posiciones minoritarias. La
democracia representativa, en cambio, es de suma positiva porque hay debate,
negociación y las posturas de unos y otros pueden ir variando para favorecer el
consenso.
En
suma, como advierte Sartori, aunque el "llamamiento a participar es
meritorio, inflado sin medida sería como pretender que toda la democracia se
pudiese resolver con la participación" y pensar así es una
"recaída infantil y peligrosa".
La
ciudadanía hace bien en expresar su indignación ante las malas prácticas
políticas y en exigir el derecho legítimo a participar activamente en la
gestión de los asuntos públicos. Pero, como advierte Sartori, pensar que la
participación lo puede resolver todo es una idea infantil y peligrosa. Si queremos
enfrentar con garantías los vicios democráticos y la actual desafección,
perfeccionemos la democracia representativa; el arreglo institucional que hace
siglos consiguió superar los límites de la democracia popular y de asamblea y
de cuya mano la democracia se ha extendido en el mundo. Un arreglo
institucional, por cierto, que Madison ensalzó durante el proceso constituyente
estadounidense con estas palabras: "la política característica del
gobierno republicano es lograr gobernantes mediante elecciones. Esta forma de
gobierno dispone de numerosos y diversos medios para evitar su
degeneración". Aprovechemos, por tanto, esos numerosos y diversos medios,
porque tenemos margen para construir una democracia mejor que, al cabo, es el
verdadero reto.