Desde el momento fundacional, Podemos puso el
listón alto: se trataba de provocar un seísmo en el sistema de partidos y
convertirse en la primera fuerza política del país. Con ese objetivo, Iglesias
y los suyos entendieron fundamental diferenciarse de los partidos
tradicionales. Para ello había que romper con el estado de las cosas y
presentarse como algo nuevo, distinto, radicalmente alejado de lo existente;
algo así como la punta de lanza de un nuevo tiempo político en el que nada de
lo anterior mantiene ya su vigencia.
Pero en esta
estrategia, muy pronto, con demasiada facilidad, los nuevos políticos cayeron
en la falta de consideración hacia los partidos tradicionales y acuñaron
expresiones con connotaciones claramente despectivas, como "casta" o
"régimen del 78". Los dirigentes de Podemos han hablado hasta ahora
como si no existieran ciertas enseñanzas que la historia nos ha dejado; han
hablado como si el muro de Berlín aún estuviera en pie, como si la
globalización no hubiera cambiado el mundo, como si no existiera la UE y el
conglomerado de instituciones que trae aparejada, como si no existieran
instituciones internacionales, tipo FMI o Banco Mundial, o como si nunca un
partido progresista hubiera llegado al poder en un país del mundo desarrollado.
En esas
estábamos cuando han comenzado a llegar los primeros reveses para el partido
morado: los casos Monedero y Errejón, las elecciones andaluzas (que situaron a
Podemos lejos de PSOE y PP), la dificultad de controlar el crecimiento del
partido en las provincias y de fiscalizar las distintas listas electorales, la
dimisión crítica de Monedero y otras discrepancias en algunos territorios, así
como el enfriamiento de las expectativas electorales que apuntan los últimos
sondeos.
Estos episodios
han hecho que Podemos se tope de bruces con la realidad y descubra que
conseguir todo lo positivo que han conseguido los partidos tradicionales no es
una empresa sencilla. Los partidos tradicionales hace ya tiempo que se
enfrentaron a algunos de los retos que ahora tiene que enfrentar Podemos;
algunos los han superado con éxito y otros son cuestiones que la Ciencia Política
no ha resuelto aún satisfactoriamente, ni en España ni en ningún otro
lugar.
Sin duda, los
partidos tradicionales han cometido errores, no pocos. Errores que hay que
corregir con prontitud y determinación. Pero es de justicia reconocer que han
aportado estabilidad a nuestro sistema democrático con todo lo que esto
significa: son organizaciones que han funcionado razonablemente bien,
implantándose en todo el territorio nacional y conviviendo con las tensiones
inherentes a todo partido político, y han gobernado razonablemente bien las
instituciones del país, aportando estabilidad y contribuyendo al buen
funcionamiento de la sociedad.
Es cierto que el
cóctel de crisis económica y corrupción ha provocado una enorme grieta en
nuestro sistema político y ha puesto en una delicada situación a los partidos
tradicionales. Pero nadie puede negar que PSOE y PP son pilares de nuestro
sistema democrático y constituyen una garantía.
Mientras tanto,
los dirigentes de Podemos están aprendiendo a marcha forzada que la política es
el arte de lo posible y que, de momento, no están en disposición de aspirar a
ser "casta". Aún le queda un largo trecho. Y en esa andadura el partido de Iglesias y Errejón va a perder el aura de virginidad que
en la primera hora tanto le ha beneficiado. Además, para cuando haya recorrido
ese largo trecho, los partidos tradicionales habrán reaccionado y habrán
recompuesto su diálogo con la ciudadanía. Creo , en suma, que no soplan buenos
vientos para Podemos. Era de esperar. La demagogia nunca es buena consejera.
Podemos ha jugado a situar demasiado alto el listón de las expectativas y esto
traerá consecuencias.